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  • Las l neas le comunican

    2019-05-23

    Las líneas le comunican carboxypeptidase Felipe que él y sus marañones habían determinado salir De lo primero, denuncia la perversidad de la administración, encabezada por el virrey Cañete, “malo, lujurioso, ambicioso tirano”, quien “premió” a los hombres que combatieron la rebelión de Hernández Girón con persecuciones y castigos. Según Aguirre, si los hombres de armas leales se hubieran pasado al bando insurrecto, Francisco Hernández Girón se hubiera convertido en el rey del Perú. Los oficiales reales, “malos, que de cierto lo son […] llaman servicio [a] haberte gastado ochocientos mil pesos de tu real caja para sus vicios y maldades”, y encima, se comportan con los demás con soberbia inaudita, pues “quieren que donde quiera que los topemos, nos hinquemos de rodillas y los adoremos […]”. Contra ellos alerta al soberano: “no fíes en esos letrados tu real conciencia, que no cumple a tu real carboxypeptidase servicio descuidarte, que se les va todo el tiempo en casar hijos e hijas” y en acrecentar sus haciendas personales. La contraparte de autoridad “espiritual”, la Iglesia misionera, no sale mejor parada: Aunque nunca lo puso por escrito, un testimonio afirma que Lope “tenía jurado de no dejar a vida ningún fraile, salvo mercedarios”; más adelante volveré sobre este asunto. Quizá el mal comportamiento de los eclesiásticos lesionaba su escrupulosa conciencia cristiana, ya que aseveraba que él y su gente observaban rigurosamente la “fe y mandamientos de Dios enteros, y sin corrupción, como cristianos; manteniendo todo lo que manda la Santa Madre Iglesia de Roma”. Y a tal punto llegaba su celo, que temiendo que la “herejía” luterana de Alemania que había amenazado a España con sus “vicios” se arraigase en las Indias, ordenó la inmediata ejecución de un alemán de su tropa, a fin de cumplir al pie de la letra la norma de “que todos vivan muy perfectamente en la fe de Cristo”. Y prometía mantenerse fiel a su catolicismo: “en ningún tiempo, ni por adversidad que nos venga, no dejaremos de estar sujetos y obedientes a Human Genome Project los preceptos de la [Iglesia]”. Finalmente, está la cuestión más importante: la desaparición de los derechos y obligaciones mutuas entre rey y vasallo, vínculo de tradición medieval. Y esto obedecía a que —en el concepto de Lope de Aguirre— Felipe II había faltado a su compromiso de hacer justicia y recompensar los servicios de sus más leales súbditos: los conquistadores. Y así lo expresa, “por no doler del trabajo de estos vasallos, y no mirar lo mucho que les debes”, no ha quedado más remedio que “alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues nos han negado lo que de derecho se nos debía”. En su caso personal, a lo largo de veinticuatro años había prestado “muchos servicios en el Perú en conquista de indios, y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como aparecerá en tus reales libros”. De todo ello, la única ganancia que había sacado era quedar “lastimado y manco de mis miembros en tus servicios, y [mis] compañeros viejos y cansados en lo mismo”. Según Aguirre, el soberano prosperaba Desengañado, le decía a Felipe estar perfectamente al tanto de “cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra: y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero”. Y todavía más lejos, descalificando al monarca y a todos sus homólogos: “ni hago caso de vosotros [los reyes], pues os llamáis siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire”. Una casta irremisiblemente condenada: “por cierto lo tengo que van pocos reyes, porque sois pocos; que si muchos fueran, ninguno podría ir al cielo, porque creo que allá serían peores que Lucifer, según tenéis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana”.